Tuesday, July 17, 2012

Arequipa

Llegar a Arequipa, la ciudad blanca, la ciudad natal de Mario Vargas Llosa, representa varios cambios con respecto a lo que se ha visto hasta entonces. Arequipa es una ciudad que conserva su carácter colonial mejor que Lima, cosa que pasa a menudo con las ciudades de provincia en América Latina. La piedra que se usa para sus construcciones, el sillar, una piedra blanca de origen volcánico, le da la belleza especial que tienen muchos de sus edificios. Blanca y porosa, esta piedra da la sensación de limpieza y antigüedad. La Catedral, los monasterios, las casonas, todos tienen un aire fantasmal, como un paisaje lunar poblado por estructuras familiares. A 7600 pies sobre el nivel del mar, el clima de Arequipa es ideal, fresco, seco y soleado, con buen aire y una vista maravillosa de los tres volcanes tutelares: el Misti, el Chachani, y el Picchu Picchu. Para los centroamericanos, acostumbrados siempre a vivir bajo la protección hierática de un volcán, sentirnos en casa en Arequipa no toma mucho tiempo.


La Plaza Mayor es amplia y hermosa, flanqueada a un lado por la imponente Catedral neoclásica, y en los otros tres costados por tres edificios de dos pisos y arcadas corridas, exactas, llamados portales, que le dan una simetría geométrica digna de atención. Como en todas nuestras ciudades este es el centro neurálgico de la población. El día de nuestra visita se celebraba el día de San Pedro y San Pablo, lo que quiere decir que la mitad de los peruanos lo usan como excusa para no trabajar. La plaza estaba por tanto llena de gente paseando, familias sentadas en los cerquillos y en los sardineles, novios besándose con ternura en las gradas de la Catedral, chicos jugando futbol en el atrio, y decenas de personas vendiendo chucherías y tours para los turistas. La impresión que me dio es que Arequipa es una ciudad con vida propia. Con una población de 1.5 millones de habitantes, parece ser una ciudad ordenada y limpia. Desde la terraza de nuestro hotel se puede contemplar toda la ciudad en 360 grados, la visión es hermosa y notable. No dudo que haya pobreza y barrios marginados en Arequipa, pero como en Querétaro y en Puebla, estos no son tan evidentes como en Managua o en La Paz, en Río de Janeiro o en Lima.

Una de las principales atracciones de la ciudad es el Convento de Santa Catalina. Compuesto por más de 100 habitaciones, este convento historia la forma en que vivían las hermanas durante los siglos XVII y XVIII. No siempre la vida en este convento fue de clausura y recogimiento. Según cuenta el historiador oficial, en un principio la vida en el Convento era un poco más relajada. Las señoras principales que por una razón u otra entraban a vivir en el convento podían traer sus pertenencias y gozar de la compañía de sus sirvientas. Podían recibir visitas y hasta se celebraban fiestas. Cuando pregunté si también se permitían otros actos humanos, el historiador oficial ni lo negó ni lo confirmó. Fue hasta que llegó la superiora Josefa Cadena en 1871 que se acabó la fiesta y empezó la época de estricta vida conventual. ¡Nunca falta un aguafiestas! La Iglesia de la Compañía es también digna de visitar ya que los jesuitas jugaron un papel muy importante en la colonización del área. La Catedral se distingue por su estilo neoclásico, muy distinto del colonial y el barroco que hemos visto en otras ciudades peruanas. Esta Catedral se empezó a construir en 1540 y hasta el día de hoy ha sido destruida 9 veces por terremotos y una vez por incendio en 1844, y sin embargo los arequipeños la vuelven a reconstruir. Por algo llevarán la palabra empeño en su gentilicio.

Arequipa me ha gustado mucho. Parece tener un buen balance entre agricultura e industria, ganadería y comercio. Es una ciudad culta, con museos y librerías, con buen clima y cierta vida nocturna. De aquí para adelante vamos a explorar un Perú más rural, más indígena, y más hermético.

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