Sunday, June 20, 2010

La Acropolis

La Acrópolis

La primera impresión al llegar a Atenas es la de una ciudad de mitad del siglo XX. Los edificios de apartamentos de estructuras cuadradas, un poco sucios por el paso del tiempo, con sus balcones cansados de tanto ver atardeceres. Las calles ensanchadas para dar lugar al tráfico infernal , y las montañas agrestes que la rodean marchando claramente los confines de la ciudad. No hay nada especial en esta metrópolis que deslumbre a primera vista al visitante. Pero esa no es la razón por la que los viajeros visitamos Atenas.

Todos venimos a Atenas buscando las ruinas de la antigüedad clásica. Atenas no es la Atenas moderna (no sé todavía si se puede hablar de posmodernidad en esta ciudad), es la Atenas de Platón y Aristóteles, la Atenas de Pericles. La civilización que más ha marcado el curso de la cultura occidental se encuentra en la piedra y el mármol de la Acrópolis. Construida por Pericles en el siglo V antes de Cristo, estas ruinas marca el centro de la cultura occidental, son el pivote central que luego nos dará Roma y Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Al pasar por la Propilaya, o pórtico de entrada a la Acrópolis, el viajero se da cuenta que está entrando en un territorio especial, donde el tiempo se ha detenido en forma de mármol y piedra, pero cuya decadencia y destrucción, su carácter siempre incompleto, nos recuerda también que hasta las formas más impresionante de la teología y la democracia llegan a su fin, se deterioran. Frente a estas ruinas podemos experimentar la metafísica del tiempo.

A continuación, subiendo la montaña poco a poco, nos encontramos con el templo de Atenas Niké, el templo de la victoria de Atenas, esa elusiva ilusión de los seres humanos que siempre estamos buscando la victoria, victoria que siempre termina siendo pírrica una vez conquistada, para tristeza de los mortales. La victoria de Atenas, como cada una de nuestras victorias personales, debe ser inmortalizada y venerada en nuestra memoria, ya que ese es el único camino de la felicidad.
Finalmente llegamos al Partenón, una de la maravillas del mundo antiguo, metáfora de la civilización y la justicia. Atenas era representada en una virgen de oro y marfil, y era considerada protectora de la ciudad y de todos sus habitantes. Después de pasar un par de horas ponderando las consecuencias que este monumental esfuerzo, después que nuestra mente metafórica ha agotado todos los campos semióticos y sus derivaciones, quemados por el sol que cae despiadados sobre esta montaña castigada por los otomanos y los ingleses, el viajero se encuentra con la Panagia Crisospiliotisa, algo así como la taberna local. Esta cueva estaba dedicada a Baco, dio del vino y de la ensoñación. Donde las antiguos podía poner ofrendas y quemar incienso. Pero no vayan a creer que ahí se vende cerveza y hay pantallas planas de alta definición para ver los partidos de futbol. Es un templo donde se rinde tributo a los dones y las gracias que nos ha dado la vida.
Como es de todos sabidos los dioses griegos eran muy parecidos a los humanos. Tenían rencillas entre ellos y se enfrascaban en luchas de poder. Hacían pactos políticos y se quitaban a las mujeres. Querían y temían a sus hijos, y como los políticos actuales, abusaban de sus poderes y hasta podían perder la inmunidad. Por eso se construyó el templo de Erecteion, para agradar y rendirle culto a los dioses que se disputaban la protección de Atenas: Atenas y Poseidón. Como los presidentes y vicepresidentes, alcaldes y vicealcaldes, los dioses griegos no desperdiciaban oportunidad para serrucharle el piso a sus contendientes.

Dos teatros complementan este inmortal e imponente monumento de nuestra civilización: el Teatro de Herodes Atucus, y el Teatro de Dionisio. El teatro de Dionisio en sus mejores tiempos tenía capacidad para 15,000 personal, y aquí se puso en escenas obras inmortales de la literatura griega como las tragedias de Sófocles, las Esquilo y las de Eurípides. El modelo del anfiteatro y los principios de acústica fueron inventados por estos genios que en 4 siglos de civilización sentaron las bases de casi todo lo que nosotros somos ahora.