Saturday, January 21, 2012

Caminar es malo para la salud

El lunes catorce de julio, Rodolfo Izcabalzeta Munain salió a caminar como lo hacía todos los días de la vida desde que le dio aquel infarto cardíaco que por poco lo lleva a la tumba, pero ese día ya no regresó a su casa. El doctor Martínez, su médico de cabecera, le dijo que no volviera a fumar en su vida, que comiera poca carne y grasas saturadas y que hiciera ejercicio. Desde que se recuperó Rodolfo había seguido al pie de la letra las indicaciones del galeno. Todas las mañanas salía de su casa frente a la iglesia de Xalteva, bajaba por la calle Real, cruzaba el Parque Central, descendía por la calle La Calzada hasta el lago, y caminaba por la costa hasta la Cabaña Amarilla. Ida y vuelta, a buen paso, le tomaba un poco más de una hora. Rodolfo confiaba que la disciplina que se había impuesto iba a extender su vida por unos veinte años más, tiempo suficiente para ver a sus hijos casados y gozar en tranquilidad la fortuna que había amasado en muchos años de trabajo. Nunca se imaginó que esa disciplina era la que lo iba a llevar a una muerte prematura.



La mañana del suceso todo parecía marchar con normalidad, hasta que poco antes de las nueve entró Jacinto corriendo y llamando a gritos a doña María, con la noticia de que un carro había atropellado a don Rodolfo y que estaba en el hospital. La señora salió de la cocina y sin pasar por el dormitorio ni recoger su cartera le ordenó al chofer que la llevara al hospital. Martín, el hijo mayor estaba saliendo del baño cuando escuchó la conmoción, terminó rápido de peinarse y salió de la habitación. En el pasillo se encontró con Lorena, su hermana menor, quien ya tenía la cartera en la mano y lágrimas en los ojos. "Vamos -le dijo-, algo horrible ha sucedido". Al pasar por el comedor Martín le ordenó a la empleada que avisara a Gloria y a Javier, y continuó derecho hasta el carro.



Rodolfo era un hombre alto y fuerte, con el cabello negro y un bigote grueso e hirsuto. Era jovial y simpático, tenía la voz grave y la mirada pícara. Había trabajado desde niño y en la juventud empezó a comerciar con electrodomésticos, en su mayoría de contrabando. Luego puso la fábrica de camisas Hunter que pronto fueron las más famosas del país. Trabajaba desde la mañana hasta la noche, y cuando tuvo dinero empezó una cría de caballos de raza que no sólo lo hizo uno de los hombres más admirados del país, sino que le produjo también pingües ganancias. Era generoso con sus hijos y cuando llegaban a edad de trabajar les habría espacio en sus negocios. Aunque era un hombre querido y dadivoso, no faltaban personas que lo detestaran. "Los negocios son los negocios" solía decir con una sonrisa en los labios, "no es nada personal". Pero el que pierde generalmente se lo toma en forma muy personal. Por eso, cuando María lo vio acostado en la mesa de operaciones, conectado a cien aparatos y bañado en sangre, inmediatamente pensó que se trataba de un asesinato.



El oficial de investigación que se encargó del caso visitó el lugar del incidente. Levantó un diagrama, observó detenidamente el sitio, comprobó las condiciones climáticas, interrogó a los posibles testigos, y examinó todos los vehículos que habían transitado por la carretera esa mañana. Cuando redactó su informe concluyó que se trataba de un accidente de tránsito, que el conductor culpable se había dado a la fuga y que aún se ignoraba su identidad. María y los hijos no aceptaron esas conclusiones. Contrataron a Carlos Manuel Silva, el mejor investigador privado de la ciudad y levantaron una lista de los clientes y socios que podían estar descontentos por una razón o por otra.



Martín había soñado por meses con deshacerse de su padre. A pesar de su imagen jovial y amistosa Rodolfo era un jefe severo y exigente. Martín cumplía con sus obligaciones al detalle, pero secretamente soñaba con ser el líder de ese pequeño imperio económico. Robó una pick up vieja y destartalada y la escondió en un cobertizo que tenía desde hacía años para guardar las motocicletas antiguas que coleccionaba. Estudió bien la rutina de su padre, recorrió muchas veces la ruta de su caminata con el fin de determinar el lugar apropiado para embestirlo. Calculó el tiempo que le demoraría regresar a casa, y escogió el sitio donde se desharía del vehículo. Desde que tomó la decisión empezó un luto secreto y sincero por la muerte de su padre. Fue más puntual en sus obligaciones, conversaba largamente con él y se esmeraba en complacerlo en las cosas que le eran importantes. Cuando llegó el momento de llevar a cabo el plan, Martín estaba convencido de que le estaba haciendo un favor.



Rodolfo murió una hora después de ser atropellado. Tenía múltiples fracturas en todo el cuerpo, hemorragia interna, una costilla le había perforado el pulmón izquierdo y el hígado se había visto comprometido por el impacto. Los doctores hicieron todo lo posible por salvarlo pero sus esfuerzos fueron inútiles. Nunca recobró el conocimiento y a las nueve y treinta de la mañana de ese catorce de julio el doctor de turno en el hospital firmó la partida de defunción. El mismo día se trasladó el cadáver a la funeraria, lo limpiaron y los compusieron para presentarlo como en sus mejores días. Le recortaron el cabello y el bigote, le pusieron maquillaje en la cara, le limaron las uñas y lo vistieron con un traje negro y corbata de seda. La vela se llevó a cabo esa misma noche y a ella asistieron cienes de parientes y amigos. Todos tenían algo bueno que decir del difunto y palabras de aliento para los deudos. Al día siguiente fue el funeral, con misa de cuerpo presente en Catedral y cortejo fúnebre hasta el cementerio.



La investigación no arrojó luz sobre el accidente. Rodolfo iba caminando a buen paso a un lado de la carretera, como lo hacía todos los días desde la mañana del infarto. Muchas personas que transitaban por ahí esa mañana lo vieron pero nadie presenció el accidente. Cándido Muñoz salía a pasear todas las mañanas frente al lago y se detenía en el mismo lugar a observar las olas. Esa mañana vio un bulto tirado a un lado de la carretera. Primero pensó que se trataba de basura que algún desconsiderado había tirado subrepticiamente. Cuando se percató que se trataba de una persona, pensó que era algún borracho irredento que hasta ahí había llegado la noche anterior, pero al acercarse un poco más notó que había mucha sangre en el suelo. Cándido siempre había tenido aversión a la sangre y no pudo acercarse lo suficiente para comprobar si estaba con vida, pero llamó inmediatamente a la ambulancia y la policía, y esperó en el sitio hasta que se presentaron las autoridades.



Todo había ocurrido con tanta rapidez que María no alcanzaba a entender aquella banal fatalidad. Su marido de treinta años había desaparecido en un instante, sin ningún aviso o premonición, y ella quedaba viuda sin tener idea de cómo empezar a ordenar los múltiples asuntos y negocios que manejaba su marido. Martín que era el mayor debía encargarse de los negocios y manejar las empresas. Lorena era activa y talentosa, y podría hacerse cargo de las tiendas y las camiserías. Javier, quien gustaba más del campo y los caballos podría hacerse cargo de las tierras y la crianza de los purasangres. Gloria aún estaba en la universidad y debía continuar sus estudios por dos años más. "Ya tendrás tiempo de ayudar" le dijo la madre abrazándola con ternura.



El investigador Silva comprobó el paradero de decenas de personas que podían tener razones para matar a Rodolfo. Socios que no habían salido muy bien parados en alguna transacción. El comprador de un caballo que murió misteriosamente a los seis meses. El campesino que tuvo que entregarle sus tierras por una deuda que no pudo pagar. El marido ofendido por la aventura que Rodolfo había tenido con su mujer. La lista de posibles sospechosos no era breve, pero tampoco había pruebas fehacientes contra nadie. Después de varias semanas de búsqueda encontraron el vehículo homicida: una camioneta de tina, Ford del setenta y cinco, muy vieja y destrozada. Pertenecía a Mario Mendoza Bolaños pero había sido robada tres semanas antes del accidente y Mario no tenía ninguna conexión con el finado. La cabina estaba destruida por el fuego, de forma que no había ninguna evidencia concreta que pudiera conectar al posible asesino, y nadie la había visto circular por la carretera del lago esa mañana. No obstante, el guardafangos derecho tenía la abolladura exacta donde impactó el cuerpo de Rodolfo Izcabalzeta, lanzándolo varios metros en el aire hasta estrellarse en el suelo. No habían marcas de llanta en la carretera por lo que el investigador supuso que el conductor ni siquiera había intentado esquivarlo, que no había frenado tras el impacto, ni había hecho ninguna maniobra brusca propia de un accidente fortuito.



"Lo atropellaron por gusto" le confió Carlos Manuel a su amigo Róger Guadamuz, mientras se tomaban una Victoria en la esquina del Flamingo, "el problema es saber quién y por qué".
"¿Y la familia?" preguntó Róger.



"Todos tiene coartada. Martín estaba en su cuarto y no salió hasta que ya habían recibido la noticia. Javier y Gloria estaban en el Club jugando tenis y hay gente que lo corrobora, Lorena salió de su habitación temprano y estuvo sentada en el corredor leyendo el periódico y tomando café. Doña María desde muy temprano estuvo dando órdenes en la cocina y arreglando chunches en la despensa. Además, no parece haber ningún motivo para que alguno de ellos quisiera matarlo".



"Me parece mi estimado Sherlock que este es un misterio que no podrás aclarar" le dijo Roger Guadamuz levantando la cerveza en señal de brindis.



Al cabo de tres años la fábrica de camisas Hunter había sido mal vendida a unos inversionistas chinos, los socios que habían trabajado muy bien con Rodolfo durante años se fueron retirando, las tierras dejaron de producir como lo hacían antes, los caballos enfermaron, las yeguas dejaron de parir, y todo el imperio de Rodolfo Izcabalzeta Munain se desintegraba rápidamente. Una mañana, cuando Martín regresaba de firmar el traspaso de la fábrica de camisas pensó que quizás nunca debía haber planificado aquel accidente aciago, que las cosas en realidad estaban mejor cuando su padre las administraba, pero aun así se sintió orgulloso de su talento y su habilidad; después de todo, él era ahora el jefe de familia.


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